Gillette, un socialista contra las barbas

 (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

La familia Gillette emigró desde Inglaterra a Massachusetts (Estados Unidos) en 1830, aunque nuestro protagonista, de nombre King Camp, nació en Wisconsin en 1855, y acabó viviendo, junto a sus padres, en Chicago, Illinois, siendo testigo directo del Gran Incendio de la ciudad de 1871. No fue un buen estudiante y pronto orientó su vida laboral como vendedor. Pasada la treintena, mientras Gillette trabajaba como comercial para Crown Cork and Seal, empresa dedicada a fabricar tapones de corcho para botellas, reparó en lo brillante del modelo de negocio: elaborar un producto que se descarta tras uno o pocos usos.

Por entonces ya hacía varias décadas que existían las maquinillas de afeitar, mucho menos peligrosas que las tradicionales navajas, como sustitutas de la visita al barbero. Sin embargo, la hoja de acero forjado de las maquinillas debía afilarse a menudo con una correa de cuero. ¿Y si esa hoja pudiera ser desechable?, se preguntó Gillette. Los ingresos serían constantes, y el margen de beneficios, si se conseguía una hoja lo suficientemente delgada, elevadísimo. Encontrar una cuchilla que se pudiera desechar una vez perdido el filo a coste razonable permitiría satisfacer una necesidad real y podría ser fácilmente rentable. La maquinilla podría incluso venderse a bajo precio, porque el beneficio sería el flujo de cuchillas de usar y tirar. Gran idea, aunque la tarea de dar con un acero tan fino no sería fácil.

Las maquinillas de afeitar ya existían desde mediados del siglo XIX pero utilizaban una hoja de metal forjado. En los años 1870, los Hermanos Kampfe presentaron un nuevo modelo de rasuradora. Gillette mejoró estos diseños iniciales e introdujo la hoja de acero estampado para la cuchilla. Pero cuando lo consiguió ya no era un jovencito (se había casado en 1890, sólo tuvo un hijo) porque el proceso se dilató muchos años. La parte más difícil del desarrollo fue el diseño de las hojas, ya que el acero barato era muy complicado de trabajar y de afilar. Steven Porter, ingeniero colaborador de Gillette, uso sus diseños para crear la primera navaja desechable que funcionó. William Emery Nickerson, otro experto y socio de Gillette, modificó el modelo original, mejorando el mango para poder soportar mejor la hoja de acero. Nickerson diseñó también la maquinaria para la fabricación de las maquinillas.

Gillette fundó su propia compañía, la American Safety Razor Company, el 28 de septiembre de 1901 (cambiando el nombre de la compañía a Gillette Safety Razor Company en julio de 1902). La producción arrancó dos años después. La navaja de Gillette salió al mercado a un excesivo precio de 5 dólares -la mitad del salario promedio semanal de un trabajador- por lo que el primer año sólo vendió unas cincuenta maquinillas y 168 cuchillas. Sin embargo, el segundo año superó las 90.000 y las 123.000, respectivamente. Las técnicas optimizadas de fabricación, junto con una política de precios agresiva y recurrentes campañas publicitarias, obraron la magia. En 1908 la compañía tenía fábricas en Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Para 1915 las ventas ya se situaban en 450.000 maquinillas y más de setenta millones de hojas. La marca era tan famosa que hizo célebre en todo el mundo el rostro de Gillette, impreso en las cajetillas. La gente se sorprendía, cuando lo descubría, que Gillette fuera una personal real y no solamente una imagen de propaganda. En 1917, con la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, la compañía entregó a todos los soldados estadounidenses un set de afeitado pagado por el gobierno.

En los años veinte, Gillette se propuso desarrollar la primera innovación mecánica desde la fundación de la empresa: aportar mayor precisión al ángulo de la hoja y mejorar el agarre, así como los ajustes de apertura y cierre. También fue cuando el fundador perdió el control de la compañía al vender gran parte de sus acciones a su socio John Joyce, aunque éste mantuvo su nombre. Uno de los motivos por lo que lo hizo pudo ser su ideología: aunque parezca un símbolo del capitalismo el inventor de un producto que basaba sus beneficios en el “usar y tirar”, King Camp Gillette se consideraba un “socialista utópico”. Escribió varias obras sobre sus ideas como la de crear una inmensa megalópolis situada junto a las cataratas del Niágara, de las que extraería la energía necesaria. Él abogaba por que toda la industria estadounidense dependiera de una sola gran compañía pública, la United Company. Gracias a una eficiente mecanización, el progreso sería inevitable, y reinaría la igualdad, incluida la de género. Sus ideas tuvieron mucho eco en la época, dada la importancia del autor, pero nunca se concretaron. Gillette llegó incluso a ofrecer la dirección de la utópica United a Teddy Roosevelt, que la rechazó amablemente. Entonces recurrió al escritor y reformista social Upton Sinclair, que organizó un encuentro con el fabricante de automóviles Henry Ford. Los dos acabaron a gritos, algo previsible conociendo el conservadurismo del fabricante de autos. King Camp muere en 1932 con bastantes problemas económicos debido a sus fallidas inversiones inmobiliarias y creyendo que la empresa que fundó pudiera quebrar, y es cierto que estuvo cerca de hacerlo, en plena Gran Depresión de 1929.

Como les ha pasado a otras empresas con un gran éxito por un producto concreto (lo vimos com Oscar Mayer o Schweppes), la marca ha sobrevivido a la empresa, que dejó de existir hace 20 años cuando fue adquirida por otra de la que ya escribí en mi libro, creándose la mayor empresa del mundo en el sector del cuidado personal y productos para el hogar: El 1 de octubre de 2005 The Gillette Company fue adquirida por Procter & Gamble por unos 57 mil millones de dólares.​ Su último día de cotización de mercado (su ticker bursátil era G), fue el 30 de septiembre de 2005.


El coste de no dejar caer las cajas

 

El Tribunal de Cuentas va actualizando las cifras del coste de la mal llamada “reestructuración bancaria” heredada de la crisis del 2008 y que consistió, básicamente, en evitar a toda costa la quiebra de varias cajas de ahorros para que no pasara un “momento Lehman” en España. En Estados Unidos dejaron quebrar a Lehman Brothers en septiembre de 2008 y las consecuencias financieras fueron tan graves los días siguientes que prácticamente todos los gobiernos del mundo decidieron hacer todo lo posible para que algo así no volviera a ocurrir, y para ello dedicaron muchos recursos, incluso públicos. Con razón o sin ella, España hizo lo mismo, pero es que además el caso español era especial ya que las entidades con mayor riesgo de quiebra eran de responsabilidad pública puesto que los principales dueños de las cajas de ahorros eran autonomías, ayuntamientos y diputaciones.

Para intentar evitar su descalabro se creó el FROB, aún con gobierno de ZP, que prestó dinero (a mi juicio sin demasiadas exigencias) a determinadas entidades y, ante la imposibilidad de devolverlo, fueron nacionalizadas. Luego se sanearon, tras varios errores de bulto como creer que fusionando pequeñas cajas el resultado iba a ser mejor cuando lo que ocurrió fue justo lo contrario. Luego llegó Rajoy al poder y vivió la crisis de Bankia y la prima de riesgo disparada en 2012, y tuvo que solicitar un rescate bancario a Europa para poder manejar la situación, También cometió errores como la creación del Banco Malo o Sareb, que de momento es otra sangría de dinero público, pero en este tema de la “restructuración bancaria” usó el crédito europeo para sanear las cajas que quedaban y ponerlas a la venta para que dejaran de drenar recursos públicos en una situación gravísima para la economía española. ¿El resultado? Pues unas pérdidas muy fuertes entre lo invertido y lo recuperado debido a la mala situación de las entidades y a que casi nadie, ni nacional ni extranjero, pujaba por las antiguas cajas ahora bancos.

Eso ha llevado a un discurso populista falso, que sin embargo ha calado en mucha gente, que dice que los bancos “deben devolver el dinero del rescate” cuando los bancos no sólo no fueron rescatados, además perdieron bastante dinero con la crisis de las cajas. En concreto el Tribunal de cuentas determina que el coste para el FROB (el dinero público) era de 50.622 millones de euros y el del Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades de Crédito (FGDEC), asumido por las entidades financieras, era de 21.273 millones. Los números no mienten, sin embargo se sigue insistiendo en que la banca fue rescatada y que nos debe dinero. Un argumento que me he encontrado en algunos de los que piensan así es que compraron muy barato. El concepto barato es muy subjetivo, cuando se adquiere un activo sólo pasado el tiempo se es consciente si el precio fue caro o barato, lo que sí se sabe es que cuando por ejemplo se puso a subasta a la CAM (Caja del Mediterráneo) nadie la quiso, y Banco Sabadell se la quedó por 1 euro y aún no está claro si hizo buen o mal negocio porque su valor en bolsa, su capitalización de mercado, estuvo años bajando tras esa compra, es decir, le hizo perder valor. Y otra cosa que sí sabemos es que Emilio Botín, que creo que de banca sabía bastante, no quiso adquirir ninguna de las antiguas cajas, a pesar de que era el que mejor situación financiera tenía. Para él no eran “baratas”. Recuerdo muy bien la situación de España en 2012, y cómo ninguna entidad extranjera quiso pujar por ninguna de las antiguas cajas salvo un banco venezolano que se quedó con Caixa Galicia (haciendo además muy buen negocio, hoy es Abanca). Visto ahora se sabe que por ejemplo Santander se equivocó no pujando un poco más por él pero claro, nadie sabía entonces lo que iba a pasar.

Cuando BBVA invirtió 1.187 millones de euros por la antigua Caixa de Cataluña, donde el estado español se había gastado 12.622 millones (y recibió 783 millones con la venta porque solo tenía el 66% de Catalunya Banc), ganó una puja en una subasta pública pagando más que los demás. Podemos discutir si el estado hizo bien vendiendo o no en ese momento, como podemos también especular sobre si el actual gobierno hizo bien en aprobar la fusión de Bankia, donde aún hay mucho dinero público comprometido, y Caixabank, pero lo que no se puede es decir que BBVA debe algo por haber hecho esa adquisición. Es como si yo compro una casa a alguien que la adquirió años atrás a un precio mucho más caro, se gastó mucho en reformarla y luego tuvo que venderla por menos de lo invertido, ¿qué culpa tengo yo?

Lo verdaderamente triste de todo esto es que las cajas se gestionaran tan mal como para necesitar tantos fondos para sanearlas (122.754 millones de euros según el Tribunal de Cuentas, aunque por suerte no todo fueron pérdidas); que tuviéramos tanto exceso de entidades financieras; que, a pesar de ser de los países que menos dinero público comprometieron en no dejar caer a ningún banco, hemos sido de los que más hemos perdido (incluso otros como los Estados Unidos han ganado dinero) debido al escaso atractivo que tenían para ser comprados, incluso después de saneados. Y que, por desgracia, el momento de la venta coincidiera con la crisis de deuda que empezó en Grecia y se extendió por todos los “periféricos” de la eurozona y la necesidad de devolver el rescate que Europa nos ofreció, y no asumir más costes como se temía entonces podía suceder.

Estoy convencido que el tiempo aclarará más los costes reales de todo esto (falta liquidar la Sareb y la parte estatal en Caixabank) y los graves errores que se cometieron. Ojalá nunca vuelva a suceder algo así y ocurra como pasó con Popular: que el coste lo asuman sus dueños (los accionistas) y no los contribuyentes. Pero hay que dejar la demagogia a un lado y dejar de decir que fue un rescate bancario, o que los actuales bancos existentes en España deben devolver algo… Más nos deben los responsables de la mala gestión de las cajas, y los que decidieron que para sanearlas lo mejor era prestarles dinero público sin condiciones y fusionar unas con otras. Sin embargo, parece que el único que lo hizo mal fue el que las vendió, cuando Bankia no se vendió y sigue teniendo pérdidas latentes, a pesar de todos los años de recuperación económica que ha habido desde 2012 y su excelente recorrido bursátil los últimos años. Y encima, seguimos gastando dinero público en salvar empresas privadas como Air Nostrum o Air Europa e incluso reprivatizando parcialmente Telefónica.

Siemens, la obra del hijo de un campesino que pisó la cárcel antes de ser noble

    (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Ernst Werner M. von Siemens nació en 1816 en lo que hoy es Alemania, y fue el cuarto de catorce hermanos, si bien el mayor varón, hecho que le convirtió en el “padre” de familia tras la muerte de su madre en 1839 y de su padre, agricultor, en 1840. Tras la secundaria, se planteó ingresar en la Academia de Arquitectura de Berlín porque estaba muy capacitado para los estudios pero la falta de recursos le llevaron a ingresar como cadete en el ejército prusiano en 1834. No obstante, continuó su formación y de 1835 a 1838 realizó estudios de matemáticas, física y química, como parte de su formación de oficial, en la Escuela de Artillería. Llegó a teniente. Estos estudios técnicos le dieron una buena base para su futura labor en lo que sería el nuevo campo de la ingeniería eléctrica.

Cuando él y sus hermanos quedaron huérfanos, tuvo que tomar muchas decisiones, y aparte de colocar a algunos de sus hermanos en casas de parientes, se propuso exprimir al máximo su talento técnico para hacer invenciones comercializables con las que ganar dinero. Fruto de ese empeño fue el desarrollo de una técnica de plateado y dorado por galvanoplastia, parte de cuyo trabajo experimental la realizó en… la cárcel. Acabó allí por actuar como padrino en el duelo de un amigo suyo artillero contra un oficial de infantería. Aunque el asunto terminó con solo una herida leve hubo un consejo de guerra contra todos los participantes. Las penas fueron de cinco años de cárcel para los padrinos y de diez para los duelistas. Ahí se pudo acabar la carrera de Ernst Werner pero no se rindió y quiso aprovechar el tiempo creando un pequeño laboratorio en su celda con productos y utensilios que le iba trayendo a escondidas un conocido suyo, cómplice de un químico que vendía materiales de este tipo.

Sin embargo, las autoridades solían ser muy duras en el juicio para dar ejemplo pero solían indultar después tras unos meses en prisión. La noticia de la medida de gracia no fue recibida con agrado por el inventor porque estaba en medio de un descubrimiento. De hecho, como la liberación era inmediata, solicitó que le dejaran unos días más en su celda. No le hicieron caso y se lo tomaron como un desprecio al indulto. Siemens obtuvo la primera patente para su proceso de plateado y dorado, y a partir de aquí inició su comercialización, que llegó a ser internacional. Con ello estaba poniendo en marcha un negocio familiar de nuevas tecnologías, en el que irían participando sus hermanos y otros parientes. Destacó por su ingenio científico en todas las ocupaciones que le dieron durante su etapa militar. Por poner dos ejemplos: para proteger un puerto de una incursión naval enemiga, ideó un sistema de minas submarinas detonables eléctricamente y, encargado de los fuegos artificiales para una fiesta en honor del cumpleaños de la zarina rusa, hermana del rey de Prusia, los creó con una espectacularidad y riqueza tal de colores que dejó fascinados a los espectadores.

Su ingenio (años después inventaría el cable de agua y descubrió el uso de la gutapercha, sustancia plástica extraída del látex) le llevó a crear un nuevo tipo de telégrafo en 1847 y con el apoyo de un amigo apellidado Halske, y el capital de su primo banquero, funda en octubre de ese año la Telegraphen-Bauanstalt von Siemens und Halske. Werner dejó poco después el ejército para concentrarse en la nueva empresa. Fundada en un piso interior, en apenas un año la nueva empresa ya estaba construyendo la primera línea telegráfica de larga distancia de Europa, conectando Berlín con Frankfurt. El éxito le llevó a tener más y más contratos siendo quizás el culmen, veinte años después, la creación de la línea telegráfica indo-europea, que unía Calcuta con Londres.

A su labor decisiva en el amanecer industrial de las dinamos en la década de 1860, le siguieron muchos otros avances. A mediados de la década de 1870 desarrolló un nuevo modelo de altavoz. En 1879, presentó el primer ferrocarril eléctrico del mundo con fuente de energía externa. Al año siguiente, construyó el primer ascensor eléctrico para pasajeros. En 1881 puso en marcha el primer tranvía eléctrico del planeta. Siemens tuvo siempre un talante liberal y progresista que cultivó en su actividad política (en la cual llegó a ser diputado) y que también puso en práctica como empresario: redujo la jornada laboral de sus empleados a 9 horas diarias, estableció fondos de pensiones para ellos, abarcando no solo la jubilación e incapacidad sino también la eventual viudedad de cónyuges y orfandad de hijos, les otorgó participaciones en beneficios… Ernst Werner fue ascendido a la nobleza en 1888, con lo cual el apellido familiar pasó a ser «von Siemens». Murió en 1892.

En cuanto a la empresa, desde sus inicios fue tan internacional que pronto se convirtió en una multinacional que abarcó muchas actividades. A España llegó a 1895 siendo el tranvía al Tibidabo en Barcelona de sus primeros contratos aquí. Para acceder a nuevas opciones de financiamiento y optar a proyectos cada vez más importantes en la incipiente industria eléctrica, la empresa se abrió al mercado de capitales cambiando en 1897 su forma jurídica a la de una empresa ya no sólo familiar llamada Siemens & Halske AG. El 8 de marzo de 1899, sus acciones se negociaron por primera vez en la Bolsa de Valores de Berlín.

Durante décadas fue un conglomerado de diferentes nombres unidos por un accionariado común, y casi todos con alguna referencia al apellido Siemens, hasta que en 1966 Ernst von Siemens, nieto del fundador y máximo responsable de la empresa desde 1949 (a lo que ayudó que naciera en Reino Unido, lo que lo alejaba -al menos estéticamente- de la administración bajo el régimen nazi), las une todas bajo la marca Siemens AG. Su éxito ha pasado por crisis y guerras mundiales y, como ya vimos con otras empresas alemanas como Deutsche Bank, Bayer o Porsche y Volkswagen, ni siquiera sus “pecados” durante la Segunda Guerra Mundial (la explotación de prisioneros de guerra como trabajadores esclavo o la ayuda técnica a las campañas de exterminio, por poner dos ejemplos) acabaron con ella. Hoy es la mayor fábrica industrial de Europa, y sería muy breve enumerar en qué países no tiene sucursales.


Seamos radicales: reduzcamos las deudas

 

Sea por nuestras creencias, por nuestro sentido grupal o por amor a nuestros descendientes, lo cierto es que en general la Humanidad suele pensar en el futuro incluso más allá del tiempo vital de la actual generación. Este pensar en generaciones posteriores nos ha permitido desarrollarnos mucho más rápidamente ya que los conocimientos –y no sólo científicos- se han almacenado –primero oralmente pero mucho mejor desde que se inventó la escritura- y se han compartido no haciendo falta aprenderlos cada vez. Y en la actualidad millones de personas se preocupan por el deterioro ecológico del planeta, el calentamiento global y, en general, por peligros que no afectarán seguramente a su tiempo vital. Otras muchas luchan por mejorar la Humanidad –según su criterio- aunque sepan que es casi seguro que nunca verán por sus propios ojos su objetivo realizado, como los que luchan por acabar con el hambre en el mundo o por llevar una misión espacial tripulada a Júpiter. En general, las personas que se sacrifican por un bien nada egoísta y que puede nunca vean, son admiradas y suelen englobar a personas de todas las ideologías y condiciones: ecologistas, monjas, científicos… de derechas, de izquierdas, da igual. Y repito, es algo que en general está muy bien visto.

Sin embargo, cuando en economía alguien lucha contra el exceso de deuda porque cree que esa deuda está hipotecando el futuro de los que vendrán después, muchas personas no sólo no admiran a quien defiende esta postura, sino que le atacan. Hay una gran contradicción porque es fácil entender que, si nuestra generación consume todo el petróleo, acaba con todas las ballenas o llena de basura radiactiva los mares, perjudicaremos a los que vengan después, pero sin embargo es difícil para muchos comprender que si vamos consumiendo en la actualidad los ingresos que se obtendrán dentro de unos años (la deuda no es más que eso, traer dinero del futuro), también fastidiaremos a nuestros descendientes. Si una persona sin hijos dijera que como él no va a dejar a nadie detrás le da igual si el planeta se convierte en un estercolero 30 años después de su muerte, le llamaríamos insensible; pero si alguien defiende aumentar la deuda para vivir mejor ahora porque ya la pagarán dentro de 30 años viviendo peor, ¿acaso no lo es también?

Ver la evolución del volumen del mercado de crédito y deuda en el mundo las últimas décadas es contemplar una hipérbole y pensar que una pequeña congelación de su aumento en 2008 casi destruye el mundo (o al menos el sistema financiero global), demuestra lo dependiente que es el sistema actual del crédito y la deuda y desde luego no es nada tranquilizador. Y la deuda privada, esa que nuestros gobernantes están empeñados en aumentar dada su obsesión por el crédito, mientras no se socialice y acabe engordando la deuda pública -como en tantos casos ha pasado estos años- es un asunto privado. Sólo pido que desde los gobiernos no se incite a la gente a gastar un dinero que no tiene.

Por eso yo acuso de insolidarios a los que creen que no hay que reducir la deuda, acuso a este gobierno, y prácticamente a todos los del mundo, que siguen aumentando la deuda pública porque no son capaces de gastar menos de lo que ingresan y acuso a las oposiciones parlamentarias que quieren llegar al gobierno para hacer lo mismo, y a la mayoría de parlamentos autonómicos y a la mayoría de corporaciones locales nacionales, y a todos los economistas españoles y extranjeros que se empeñan en decir que ya se reducirá la deuda con más inflación porque eso es igual que decir: ya te robaremos de tus ahorros a ti o a tus hijos para poder pagar nuestro excesivo gasto actual. Exactamente lo mismo que llevan haciendo años con las subidas impositivas: sustraer dinero al ciudadano para costear su mala gestión. Ser solidario es intentar dejar un mundo mejor al que venga detrás y eso implica que las deudas, sean ecológicas o económicas, deben saldarse cuanto antes.

Me río de los que dicen ser radicales o “anti-sistema” y lo primero que hacen cuando tocan poder es ampliar el límite del gasto (lo que implica más deuda), eso es lo que ya han hecho todos los gobernantes del “sistema” y de ese modo se han convertido en rehenes de los mercados financieros. Como cualquiera que ya ha acabado de pagar su hipoteca sabe muy bien no tener deudas implica más libertad y, sin embargo, como me temo también sabe mucha gente, aumentarlas teniendo que pedir una ampliación del crédito porque los ingresos familiares son más reducidos que los gastos, implica tener que aceptar las condiciones que ponga el banco. Yo quiero que dejemos de ser esclavos de la deuda, y romper esas cadenas para nuestros descendientes. Esa es para mí una verdadera postura radical. Y cada vez más necesaria.

Schweppes, el refresco que creó el gin tonic

   (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Johann Jacob Schweppe nació en Hesse (Alemania, aunque el país aún no existía como tal) en 1740 y desarrolló su vida profesional como joyero. Pero acabó instalándose en la ciudad suiza de Ginebra (donde murió en 1821), y allí se dedicó a investigar, con intención medicinal, los efectos de la gasificación con dióxido de carbono del agua mineral. Sus investigaciones dieron por fruto un procedimiento industrial para la elaboración de bebidas carbonatadas en 1783, año en el que funda la empresa Schweppes. No logró mucho éxito hasta que Erasmus Darwin (su nieto fue el famoso Charles), el médico más famoso de la época y al que le gustaba el producto, se asoció con un ingeniero suizo e instaló una fábrica en Londres para elaborar aguas de soda con el nombre de J. Schweppe & Co. en 1792. Erasmus experimentó con el uso del aire y los gases para tratar infecciones y el cáncer, de ahí su pasión por las bebidas carbonatadas. En 1798 el fundador, cuyo apellido da nombre a la marca, se jubila y en 1802 muere Erasmus pero la compañía permanece. Por aquel entonces se tomaba como si fuera un digestivo. El futuro de la bebida pasó a otros empresarios -John Kemp-Welch y William Evil- que fueron los que añadieron azúcar a la soda (en 1835 añadieron limón, creando la primera limonada carbonatada). Siguió bebiéndose como algo medicinal pero el sabor era más atractivo. El Rey Guillermo IV de Inglaterra, otro fiel consumidor, le otorgó a esta bebida el sello real en la década de 1830, por lo que se olvidaron sus orígenes alemanes y se convirtió en una bebida típicamente inglesa.

Hagamos un salto atrás en el tiempo y veamos por qué España también tiene protagonismo en esta historia: en lo que hoy es Perú, en 1632 la condesa de Chinchón, esposa del virrey Luis Jerónimo de Cabrera, consiguió salvarse de la malaria gracias a la corteza de quina (por cierto, el árbol se rebautizó como ”chinchona” en su honor) y exportaron a Europa el jugo de ese árbol, lo que conocemos como quinina. Desde ese momento, se convirtió en la única cura conocida. Y hagamos otro hacia adelante y nos encontramos en el siglo XIX con los ingleses ocupando la India y preocupados por la malaria. Como el único remedio que conocían contra la enfermedad era la quinina, la bebían pero su sabor era muy amargo. Como buenos británicos, la mezclaban con ginebra y, a veces, acompañada de una Schweppes. Y eso en 1870 se convirtió en el producto estrella de la empresa: el agua tónica, o dicho de otro modo, soda con quinina. Por lo tanto, se puede afirmar que el gin tonic y la tónica nacieron a la vez, e incluso puede que el cóctel naciera antes. El caso es que el éxito de esa bebida tan amarga de Schweppes fue arrollador -incluso más que el de la bebida de limón- y a partir de ahí la marca se extendió por todo el mundo, creando sabores nuevos como el Ginger ale (añadiendo jengibre), que durante años tuvo muchos seguidores aunque, nadie sabe muy bien por qué, no es del gusto del gran público desde hace décadas. Otra curiosidad: hasta el siglo XX no se les ocurrió elaborar un refresco de naranja.

Como les ha pasado a otras empresas con un gran éxito por un producto concreto (lo vimos con Oscar Mayer), la marca sobrevivió a la empresa. Ésta, acuciada por la competencia, especialmente de Coca Cola y PepsiCo, que fueron acaparando el sector de los refrescos tras la II Guerra Mundial, fue perdiendo cuota de mercado. Así, en 1969 Schweppes se fusionó con la marca británica de dulces Cadbury. Esta extraña unión entre “chuches” y refrescos funcionó durante casi tres décadas pero en 1998 vendieron a Coca Cola Company las marcas de bebidas de Cadbury-Schweppes en más de 120 países (sin incluir la mayor parte de la UE) y en la crisis de 2008, Cadbury decide quedarse sólo con el negocio de la confitería y vende lo que restaba de la división de bebidas a la estadounidense Dr. Pepper Snapple Group, aunque en algunos países europeos (entre ellos España) la marca Schweppes es comprada por el grupo japonés Suntory. La existencia de diferentes empresas propietarias de la marca en todo el mundo, conlleva que los productos Schweppes no puedan ser comercializados invariablemente y sin reservas de un país a otro, provocando que el márquetin de la marca sea también distinto según el país, algo poco común en este mundo globalizado.

Los productos Schweppes no se comercializaron en España hasta 1957 pero tuvo tal éxito que para 1960 ya había dos fábricas creando el producto dentro del país. Y aunque en 1969 -como en todo el mundo- su denominación cambió a Cadbury-Schweppes, el famoso neón de la Gran Vía madrileña, colocado en 1972, sólo conserva el apellido del fundador.


En resumen, un joyero alemán crea en Suiza una bebida medicinal que el abuelo del creador de la Teoría de la Evolución consigue que triunfe en Reino Unido; en una de sus colonias, y con un remedio farmacológico español (aunque probablemente su origen fuera de los indígenas de América del Sur), crea su producto estrella que convierte a la empresa en una multinacional… que muere de éxito en la segunda mitad del siglo XX. Aun así, el valor de la marca es tan grande que se la disputan estadounidenses y japoneses.


La gran diferencia entre el dinero y los activos

Una cosa es el dinero y otra los activos. Un activo es cualquier bien que se puede convertir en dinero, pero sólo es dinero cuando se convierte y no antes. Por eso cuando se habla de la fortuna que tienen los grandes millonarios del mundo, hay un error de cifras importante ya que no es posible saber qué dinero obtendría si, por ejemplo, Amancio Ortega vendiera de golpe todas sus acciones de Inditex.

Es el movimiento alcista o bajista del precio de los activos lo que últimamente más influye en las expansiones y recesiones económicas. Una sobrevaloración de activos, sean bursátiles o inmobiliarios, nos lleva a creer que somos más ricos y lo contrario a sentirnos más pobres, aunque el asunto no es sólo psicológico porque el valor de nuestros activos determina también cuánto crédito tenemos. 

Si pedimos un crédito utilizando como aval un activo, el precio al que ese activo se puede convertir en dinero es vital. Si tenemos 1000 acciones de Santander y cotizan a 3 euros, dispondremos de 3 mil euros si las vendemos, pero si basándonos en esa propiedad nos conceden un préstamo de pongamos 2 mil euros y el precio de las acciones baja de 2 euros, tenemos un problema; y lo mismo ocurre con las hipotecas y el valor de mercado de las viviendas. La última gran crisis financiera -la de 2008 que, en mi opinión, aún colea- ocurrió porque demasiados creyeron que los activos que tenían podían ser convertidos en dinero a un valor que resultó ser irreal. 

Es importante tener claros unos conceptos básicos. Toda empresa (sea una pyme o una multinacional) divide en dos partidas contables su patrimonio: El pasivo, o dinero que invertimos en la compañía, y el activo que es donde hemos invertido dicho dinero. Si el pasivo procede de fondos propios, la empresa podremos cerrarla, si queremos, cuando empecemos a perder dinero con ella. Esto ocurre en muy pocas ocasiones, la mayoría de las veces el capital nos ha sido prestado, bien por algún socio, bien por el banco. Es lo que se denomina fondos ajenos. Lo que debe hacer un empresario cuando obtiene beneficios es reducir deuda o al menos no gastarse todos los beneficios en reinversiones aumentando los activos, pero lo cierto es que puede hacer ambas cosas, e incluso una tercera: repartir el beneficio entre los socios vía dividendo. Eso, repito, vale para un autónomo y para la mayor empresa del mundo. 

El problema es cuando la empresa da pérdidas. Si eso pasa el activo se reduce y hay que recurrir al pasivo. Puesto que los fondos ajenos –generalmente deudas- no suelen poderse renegociar (aunque ocurra en ocasiones), toca ampliar, o bien con más fondos propios o bien con más fondos ajenos (ampliando capital si cotiza en bolsa, emitiendo deuda propia si es una gran empresa, encontrando nuevos socios particulares o recurriendo al banco a por más créditos) aumentando con ello el riesgo. Si no puede aumentar los fondos ajenos pues no encuentra socios ni bancos que le concedan créditos, sólo le quedarán sus propios fondos. Si estos desaparecen, la única forma de mantener vivo el negocio es dejando de pagar algunas deudas (suministradores y empleados suelen ser los primeros en la lista, incluso antes de que se acaben dichos fondos propios). 

Si la situación no mejora, la empresa se declara en quiebra (lo que hoy se conoce como ley concursal o en los EUA acogerse al “chapter 11″) que básicamente es un proceso en el que hay un concurso de acreedores, que no es más que un procedimiento para ordenar y redistribuir el pago de los fondos ajenos que se adeudan. Repito, esto vale para una pequeña empresa de Cuenca o para Evergrande en China. Lo que ocurre es que cuanto más grande es una empresa, más apreciada es por el gobierno de turno y, por tanto, consigue refinanciaciones, créditos y prórrogas que una pyme no consigue. Famoso es el discurso de algún político español que tan pronto criticaba que con dinero público se salvaran los ahorros de los clientes de las entidades de responsabilidad pública denominadas cajas de ahorro, como defendía usar dinero público para salvar una empresa privada en quiebra “por evitar los despidos”. 

El caso es que desgraciadamente es muy fácil que haya una quiebra en cuanto hay una crisis que afecta al sector al que pertenece la empresa -por ejemplo un fabricante textil que no puede competir con las importaciones chinas-; las de mayor tamaño son las que mejor pueden sobrevivir diversificando, aunque las pequeñas también tienen más facilidad para cambiar de sector. Si, como pasó en 2008, la crisis es global y además viene acompañada de una falta de crédito bancario, la situación es insalvable para muchas. Por eso, y gracias a la experiencia de la anterior crisis, cuando llegaron los confinamientos de 2020 los estados tomaron decisiones políticas para que el crédito no se secara (en España con avales del ICO por ejemplo). Sin entrar en la polémica de si merece o no la pena el riesgo –algo que con seguridad sólo sabremos a posteriori- que con estas políticas toman los gobiernos con el dinero de todos, es importante que exista en las empresas una fuerte vigilancia para no exceder cierto nivel de endeudamiento y, sobre todo, unas normas contables que tengan en cuenta las peores posibilidades, lo que se llama prudencia contable. 

La base de la prudencia contable es evaluar siempre los activos que dispone una persona o una empresa, a precio de mercado actual. No vale considerar el precio al que uno compró sus acciones de Grifols hace unos años, por poner un ejemplo de mala inversiín, sino cómo puede venderlas hoy. El precio al que se puede convertir el activo en pasivo hoy es el único real. Y esto es algo que deberían meterse en la cabeza todos los inversores de bolsa ya que muchos compran acciones y si baja su precio, no consideran que pierden dinero porque aún no las han vendido y no es así, es una trampa mental ya que al precio actual la pérdida patrimonial existe.

El origen de Samsonite, la reina de las maletas

      (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Si hay un invento tardío pero que, una vez visto, resultaba obvio, incluso poco original puesto que los carros de la compra –un objeto parecido- es muchas décadas más antiguo, es el de poner ruedas a las maletas. Pero resulta que no se hizo realidad hasta 1970 en el que un tal Bernard Sadow solicitó la patente (aceptada en 1972) y vendió a unos grandes almacenes el primer prototipo. Increíblemente, los humanos fuimos capaces de llegar antes a la Luna –con todas las dificultades técnicas y logísticas que supuso, incluida la retrasmisión por TV- que tener la ocurrencia de usar un antiquísimo invento como la rueda y unirlo a nuestro pesado equipaje para hacer más fácil su traslado. Y eso que era un tema que preocupaba porque, de hecho, unos años antes de la maleta rodante, se vendían carros plegables para que los turistas con varias maletas pudieran ponerlas en ellos. Se supone que antes o después a alguien se le hubiera ocurrido pero lo insólito es que nadie lo hizo hasta entonces y no sabemos cuánto ha impulsado el turismo –especialmente el que implica una larga estancia o un extenso trayecto- y los viajes en general. Y si una empresa supo adaptarse a esta innovación fue Samsonite, nombre que procede del héroe bíblico Sansón.

Jesse Shwayder -de ascendencia judía y polaca- nació en 1882 en Colorado, Estados Unidos. Cuando nació, su padre tenía una tienda de comestibles que luego trocó en una de muebles en la que el joven Shwayder trabajó desde adolescente. Este aprendizaje, junto a un breve trabajo como comercial de un fabricante de maletas de Nueva York, le inspiró, al ver que se popularizaban los viajes por placer, a crear -con 3,500 dólares ahorrados- su propia empresa de equipajes (poco más de un año después se unieron a él sus hermanos y padre) en la trastienda de un supermercado de la ciudad de Denver, en 1910, a la que llamó Shwayder Trunk Manufacturing Company. Este nombre tan poco atractivo se mantuvo durante décadas y cuando dejó de ser presidente, en 1960, aún permanecía. Sin embargo, la marca se conocía sobre todo por un modelo de maleta -de gran éxito- presentado en 1939 y que se llamaba Samsonite, por lo que en 1965 (por fin), la compañía pasa a llamarse Samsonite Corporation. Cuando el fundador muere, en 1970, Samsonite es el mayor fabricante de equipaje del mundo… un mundo de maletas sin ruedas.

Aunque presumía de estilo y diseño, lo que le dio fama a Samsonite fue su durabilidad y desde sus inicios, cuando apenas unos pocos privilegiados practicaban turismo y la mayoría de los viajes eran por negocios, la empresa tuvo un halo de exclusividad y unos precios que sólo unos pocos podían permitirse. Empezaron fabricando el típico baúl de madera con tachuelas de metal brillante y en 1916 lo publicitaron con una fotografía de los cuatro hermanos y su padre, Isaac, subidos a una tabla colocada sobre el baúl abierto, con el lema “strong enough to stand”, (“tan fuerte que resiste”). La joven empresa estuvo a punto de irse a pique tras la Gran Depresión iniciada en 1929 y dicen que se salvó gracias a su imagen moderna. El éxito de la maleta Samsonite (fabricada en cuero con un revestimiento de fibra resistente) de 1939 casi se frustra puesto que, por la Guerra Mundial, desde 1941 la producción tuvo que orientarse al esfuerzo bélico. Pronto se recuperaron e innovaron con la línea Streamlite que proporcionaba un efecto de cuero al revestirse con un ligero papel litografiado. A ojos actuales todos estos modelos nos parecen antiquísimos y es que hasta 1956, que salió la línea Ultralite Luggage con plásticos moldeados (lo que reducía el peso), se seguía usando el marco de madera para la estructura de las maletas. Es en ese año cuando abren su primera filial internacional, en Canadá. En 1958 con el modelo Silhouette ya podemos ver una maleta similar a las actuales, con herrajes empotrados para mayor protección y en 1963 deslumbran con el Classic Attaché, el maletín de negocios que, hasta la aparición de los portátiles, apenas varió su diseño convirtiéndose en un clásico. En 1969 aligeran el peso de sus maletas, sin renunciar a la resistencia, con el modelo Saturn ya que está fabricada con polipropileno. Y, por fin, en 1974, aparece la primera maleta con ruedas.

Lo curioso es que, aunque al fundador le sucede su hijo, King Shwayder (que tuvo un gran acierto en 1970: intentando diversificar su negocio, fue el primer importador de los productos Lego en EE UU y Canadá, que hasta entonces no habían cruzado el Atlántico), éste no llegó a dirigir esa innovación ya que en 1973 los herederos venden Samsonite al grupo alimenticio Beatrice Foods. Desde 1995, con la expansión y adquisición de otras marcas, Samsonite -que cambia en esos años varias veces de dueño- no sólo vende maletas, maletines y mochilas, también portaequipajes, bolsas de esquí y golf, fundas para cámaras (luego de ordenadores) y, como durante toda su historia, se siguió insistiendo en esa imagen de elaboración exclusiva. Sin embargo, aunque se podría pensar que con el aumento del turismo global el éxito de la marca de equipajes más conocida del mundo perduraría en el tiempo, la competencia, con productos mucho más baratos, acabó por reducir las ventas. En 2007 la empresa fue vendida a CVC Capital Partners, firma de capital riesgo que, ante la crisis de 2008, no pudo reflotarla y en septiembre de 2009 la declaró en bancarrota, anunciando el cierre de la mitad de las tiendas de Estados Unidos. En 2011 consigue sacarla a bolsa en Hong Kong, traslada la sede a Luxemburgo y en 2013 CVC deja la compañía. Actualmente sigue cotizando en Hong Kong con una capitalización de unos 30 mil millones de dólares.


El origen y el concepto del Dinero

De los conceptos económicos más simples y a la vez más complejos que existen, ese es el del dinero. Volvamos a hacer el ejercicio siempre útil de retroceder en el tiempo y viajemos a su nacimiento. Nadie sabe cómo fue, a mí me gusta imaginarme que, por ejemplo, alguien que compró cebada a cambio de ovejas quería llevarse el cereal pero no tenía en ese momento las ovejas, y como garantía de entrega pudo dejarle algún tipo de joya o metal precioso (o cualquier otro objeto de fácil transporte que se consideraba valioso) hasta que pudiera traer el ganado. Quién sabe, pero es evidente que utilizar algo pequeño para los pagos en lugar del trueque directo resultó más cómodo y mejoró el comercio. 

Heródoto, en el siglo V a.C., explicó cómo funcionaba el trueque en el comercio “internacional” en el Mediterráneo: los de fuera llegaban a un sitio y descargaban las mercancías y regresaban a su barco, hacían alguna señal de humo y esperaban la reacción de los nativos, que debía ser enseñar lo que estaban dispuestos e entregar a cambio. Si a los de la nave les parecía bien, al volver a desembarcar se lo llevaban y hasta otra, y si no, lo dejaban donde estaba, volvían al barco y esperaban a ver si ofrecían más. Lógicamente ese “sistema” no era demasiado útil y se intentó trocar utilizando un producto de referencia común que equivaliera a los objetos a intercambiar. El problema era encontrarlo y que ambas partes estuvieran de acuerdo en su valor. 

En el lenguaje se pueden encontrar pistas de cuales fueron aquellos primeros productos. Por ejemplo, los antiguos latinos se acostumbraron a medirlo todo en cabezas de buey, de hecho la palabra pecunio viene del latín pecus (ganado) y el capital de capita (cabeza). Otro método usado por aquello época fue la sal que además de ser valiosa para conservar carne y pescado (en tiempos con pocos métodos alternativos para evitar la putrefacción), servía de antiséptico aplicado sobre las heridas, y tenía la ventaja de poder ser transportada en saquitos. Con ellos durante una época se pagaba a los legionarios romanos, de ahí viene la palabra salarium (salario). 

Con todo, eran evidentes las limitaciones de estas primitivas formas de pago y de sustitutos del trueque directo. Anteriormente a los romanos, en la Antigua Mesopotamia –hace más de 4 mil años- se usaban tablas de arcilla como dinero (o como rudimentarios cheques) ya que estaba escrito sobre ellas “se pagará al portador tanto trigo (o tanta cebada)”, exactamente lo que pone en los billetes actuales, que un papel vale algo; es decir, una simple cuestión de confianza. No debió parecerles suficiente ya que allí, en torno al 3000 a.C. asirios y babilonios empezaron a utilizar barras metálicas en sus transacciones y el oro y la plata empezaron a descollar porque no sólo eran escasos (sinónimo de valiosos), además no se deterioraban.

La moneda nace porque los receptores de esas barras metálicas se veían obligados a re-evaluar la pureza de los metales y surgían continuas discrepancias. Siempre según Heródoto, los inventores fueron, hacia el siglo VII a.C., los lidios, un pueblo que vivía en lo que hoy es la costa sur de la actual Turquía. Por lo visto era una mezcla de oro y plata denominada electro. En teoría todas pesaban lo mismo, eran fáciles de transportar y ya entonces había inscripciones sobre ellas que solían ser objetos mitológicos típicos de la ciudad emisora. Historiadores modernos creen que los lidios, centro comercial intermedio entre Oriente y Occidente, copiaron el concepto de moneda de China, donde parece se inventó mucho antes.

El caso es que en el este del Mediterráneo la moneda había pasado a ser no sólo un instrumento de pago y de compra, también una mercancía en sí misma, una forma de medir la riqueza más allá de la posesión de tierras y objetos. Alejandro Magno en el siglo IV a.C. fue el primero en unificar todas las emisiones de cada polis (ciudad) en un sistema monetario nacional griego: la moneda panhelénica fue denominada tetradracma y solía tener impreso en sus lados a Heracles y Zeus. De nuevo el lenguaje nos ayuda a entender la importancia de la moneda, ya que en griego era nómisma, derivada del término nómos que significa ley. Aristóteles en el siglo IV a.C. consideraba a la moneda como un instrumento de igualdad y justicia social. El general Ptolomeo fue el primero que decidió poner la imagen de un mortal en una moneda: la de Alejandro Magno tras su muerte y siglos después Julio César fue el primero en colocar la imagen de un personaje vivo, la de él.

Precisamente de una moneda romana, el denarius (que significa que contiene diez ya que equivalía a 10 ases), viene la palabra española dinero. También del denarius procede el actual dinar, divisa típica de varios países (Argelia, Jordania, Serbia, Túnez, Macedonia…). Por cierto, el sustituto del denarius fue el solidus de donde procede el español sueldo. Puestos a contar anécdotas etimológicas, era costumbre en la Roma de entonces repartirse o vender al mejor postor las pertenencias confiscadas tanto por faltas en el pago de tributos como de los botines de guerra, y la forma era colocando los objetos bajo una lanza clavada. “Debajo de la lanza” en latín se decía sub hasta, así que es fácil adivinar qué palabra española procede de aquella expresión (curiosamente, en nuestro idioma la palabra lanza no procede del latín sino del lenguaje celtíbero).

Cerrado el capítulo etimológico, como vemos las monedas existen desde hace casi 3 mil años y no han variado demasiado ni de forma ni de aspecto pero sí se ha fortalecido su valor simbólico en relación al valor de sus componentes. Ya no son ni de oro ni de plata sino de un metal barato –o papel en el caso de los billetes- e incluso hay quien aboga por hacerlas desaparecer como forma de representación del dinero. aunque sirven para lo mismo que en su origen: favorecer los intercambios comerciales y como método de pago por servicios. 

Este cambio en el que la confianza sustituye casi en su totalidad al material del que está hecho el dinero fue muy anterior al fin del patrón oro. Éste sólo significó que los tenedores de billetes y monedas ya no podían cambiar los billetes por el metal precioso pero creerse que eso era posible ya era, en sí mismo, un acto de fe hacia el emisor. Pero es cierto que a día de hoy, todo es confianza. El dinero sólo nos sirve porque creemos en la fortaleza de la economía del país que lo crea y que esa creencia es universal (porque de nada nos sirve poseer una divisa que no sea reconocida por los demás) ya que nadie sabe si la cantidad de dinero emitido se corresponde con activos reales, es –repito- un acto de fe. Es por eso que en cuanto se duda de un país, su moneda pierde valor y el efecto contagio es muy rápido. 

En la actualidad confiamos en algo tan virtual como las anotaciones que vemos en el ordenador hasta tal punto que todos los días billones de dólares cambian de mano en los mercados de divisas sin que nadie los vea. Pero que nadie se asuste, en estos tiempos de internet no es necesario tanto papel ni tanto metal. Un multimillonario actual no necesita una piscina de dinero como la que tenía el Tío Gilito (para los más jóvenes una especie de Señor Burns), le basta con ver su saldo en una pantalla de ordenador. Por no citar al que piensa que las criptomonedas son dinero.

(Aún no está claro si son tan sólo un activo especulativo o, como afirman sus defensores, dinero. Pero es evidente el éxito que están teniendo. En el fondo no deja de ser otro síntoma más de la reducción de la confianza en las divisas emitidas por los bancos centrales. Difícilmente hubieran sido tan populares las criptos sin una política monetaria ultra-expansiva como la que estamos viviendo desde hace más de una década. Hasta un algoritmo basado en una tecnología que muy pocos entienden inspira más confianza a muchos, que unos bancos centrales que crean dinero para comprar deuda incluso a tipos de interés negativo(.

De todos modos, las más grandes fortunas del globo no tienen por qué tener mucho efectivo, les basta con poseer un gran patrimonio en activos. Pero ojo, no caigamos en la trampa de los que elaboran rankings de fortunas y dicen que tal multimillonario tiene tanto porque posee numerosos activos que a un precio de mercado valen tanto en dinero, ya que una cosa es hacer ese cálculo y otra hacer efectiva esa operación, ¿O es que alguien se cree que si Amancio Ortega vende mañana todas sus acciones de Inditex (y todas sus inversiones inmobiliarias) lo podrá hacer al precio de cierre de ayer? Seguramente las primeras sí, pero una vez lance el aluvión de papel al mercado, cada vez las venderá más y más baratas. Por eso, y por otros motivos más, no es lo mismo poseer un activo valorado en equis dinero, que tener ese equis dinero en mano.

San Miguel, la cerveza española de origen filipino

  (esta historia no está incluida en mi último libro La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas famosas, que te animo a adquirir)

Andrés Soriano y Roxas de Ayala nace en Manila el mismo año que España pierde Filipinas, 1898, hijo de un ingeniero de caminos español y de una filipina que pertenecía a una de las familias más ricas de allí con origen germano-español. El joven Soriano se cría en la Filipinas colonia de Estados Unidos, donde estudia en el Ateneo y también en Reino Unido, si bien completa su formación en la escuela de comercio de Madrid. Con tan sólo 21 años entra a trabajar como contable en la cervecería San Miguel y empieza a realizar grandes cambios en la empresa relacionados con los derechos sociales de los trabajadores como establecer un plan de pensiones y garantizar los ingresos en periodos de baja médica. En 1919 ya era director en funciones. Pero viajemos un poco más atrás en el tiempo.

En 1890 -curiosamente el mismo año en el que se funda en Madrid Mahou- un grupo de empresarios españoles liderado por Enrique María Barretto de Ycaza deciden abrir una cervecera en el sudeste asiático, donde esta bebida todavía era prácticamente desconocida (aunque desde 1885 unos monjes agustinos recoletos ya la fabricaban -con finalidad medicinal- en la isla de Cebú). Establecen su fábrica en el barrio de San Miguel en Manila -ciudad española entonces- y, en un golpe de márquetin, la inauguran el 29 de septiembre, el día del Arcángel Miguel. De ahí su nombre. Tienen éxito y pronto expanden sus productos por toda Asia y, tras pasar a ser colonia estadounidense, también a los territorios de ultramar de aquel país. Poco a poco Pedro Pablo Roxas, uno de los fundadores, va comprando más y más participaciones, incluyendo las acciones de Barretto, por lo que se convierte en el principal accionista. Y es el abuelo de Andrés.

Andrés es el artífice de la expansión global, y no sólo asiática, de San Miguel; además, va más allá de la cerveza, puesto que, tras el gran acierto de conseguir los derechos exclusivos para embotellar Coica Cola en Filipinas, también vende refrescos propios en Estados Unidos. Crea un holding multinacional que abarca productos variados como hielo, alimentos congelados, lácteos…incluso llegó a comprar minas de oro. Lo cierto es que tanto él como el resto de su familia eran los empresarios más famosos de Filipinas y sus intereses abarcaban todo tipo de actividades.  Él, muy implicado con España (fomentaba el aprendizaje del español entre sus trabajadores) apoya fervientemente al bando franquista en la Guerra Civil -al que envía muchos fondos- y es uno de los líderes de la Falange Filipina, lo que le proporcionará muy buenas relaciones en el futuro con F. Franco. En 1941 parece tocar el cénit cumpliendo con su sueño de adquirir una compañía aérea que renombra como Líneas Aéreas Filipinas. Sin embargo, el 8 de diciembre de ese año, Japón invade Filipinas.

Una digresión: es habitual cuando se recuerda a los españoles que participaron en la Segunda Guerra Mundial que se cite a la División Azul, que lucharon junto a Hitler contra los soviéticos, y a los exiliados republicanos que lo hicieron por el bando aliado, especialmente a la “Compañía 9” que entró en París; puede que incluso alguien que conozca la historia, se acuerde del espía Pujol, clave en la campaña de desinformación al bando nazi, y que hizo su trabajo de agente doble con tanto acierto y discreción, que hasta décadas después que se hizo pública su aportación, los nazis creyeron que estaba de su lado; pero pocos citan a la enorme comunidad española de Filipinas y su lucha contra el invasor japonés.

Andrés se convirtió en capitán del ejército estadounidense y pronto le ascendieron a teniente coronel, llegando a ser uno de los hombres de confianza del general MacArthur. Esto le reportó aún más poder político al acabar la guerra mundial. Muere en 1963 no sin antes renombrar su empresa como San Miguel Corporation (que cotiza en bolsa hace décadas, si bien el último año ha dado muchas pérdidas a sus inversores). Pero antes su empresa desembarca en España con la colaboración con La Segarra SA, una sociedad con sede en Lleida que tenía la intención de establecer una fábrica cervecera. La iniciativa de crear La Segarra estuvo liderada por Enrique Suárez y Antonio Zuloaga, dos empresarios españoles que en 1953 viajaron a Filipinas para conocer cómo se elaboraba la cerveza San Miguel. Ese año se firma un acuerdo por el que San Miguel Corporation cede a La Segarra los derechos de explotación de la marca para Europa y África. Al año siguiente trasladan la levadura asiática por barco con destino Cataluña aunque no es hasta 1957 que termina la construcción de la fábrica en la provincia de Lleida y La Segarra SA pasará a denominarse San Miguel España.

Desde entonces las “dos San Miguel” siguen caminos independientes. A este lado del globo, San Miguel se convierte en una de las principales cerveceras de España. En 1966 Cervezas San Miguel abrió una segunda fábrica en Málaga, donde permanece su sede social desde el 9 de octubre de 2017 (huyendo de las turbulencias provocadas por el intento secesionista catalán). En la década de 1970 empieza su expansión internacional como multinacional española. En 1994 la francesa Danone, que ya era accionista de Mahou, empieza a adquirir participaciones en la empresa y en 1997 ya posee el 82% de la cervecera. Cuando en el 2000 Danone decide deshacerse de todas sus participaciones en empresas cerveceras fusiona San Miguel y Mahou creando la primera compañía del sector en España. El proceso culmina en 2005 con la creación del Grupo Mahou-San Miguel (las familias Mahou Herráiz y Gervás Sanz son los principales accionistas), al que posteriormente unirían por absorción- la cervecera granadina Cervezas Alhambra. San Miguel consigue en 2001 la primera cerveza 0,0 alcohol de España (hasta entonces las denominadas sin alcohol tenían algún porcentaje).

En resumen, españoles que emigran a Asia y fundan una gran corporación y una de sus consecuencias es una cervecera española que empezó siendo catalana, ahora es andaluza y los actuales dueños, lo veremos si algún día contamos los comienzos de Mahou, son descendientes de un francés.


Gillette, un socialista contra las barbas

 (esta historia no está incluida en mi último libro  La prehistoria, y algo de la historia, de 66 empresas: Nacionales y extranjeras, todas ...